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Cuando no se confiesa el pecado, éste se convierte en un tumor sutil que extiende sus tentáculos alrededor de cada parte de nuestro ser hasta que nos paraliza.

Para que la confesión produzca resultados, debe ir acompañada de arrepentimiento. El arrepentimiento significa literalmente un cambio de parecer. Significa volver la espalda, alejarse y decidir no hacerlo otra vez. Significa que nuestro pensamiento esté exactamente de acuerdo con Dios. Es posible arrepentirse sin nunca admitir de verdad una falta. La verdad es que podemos convertirnos simplemente en personas muy buenas para disculparnos sin la intención de que haya un cambio. La confesión y el arrepentimiento equivalen a decir: «Es mi culpa. Lo siento mucho, y no lo voy a volver a hacer».

Tenemos que confesar y arrepentirnos de todo pecado para liberarnos de la esclavitud, ya sea que nos sintamos mal o no por lo que hayamos hecho, y ya sea que reconozcamos o no que es pecado. Un día, en la oficina de mi consejera cristiana, confesé en oración los dos abortos que me había hecho, aunque aún no tenía ningún concepto de cuán malo es el aborto. Yo siempre había visto el aborto como un medio de supervivencia, no como un pecado, pero eso no lo había convertido en bueno delante de los ojos de Dios. Había leído en la Biblia sobre el valor de la vida en el vientre y también leí: «Aunque la conciencia no me remuerde, no por eso quedo absuelto» (1 Corintios 4.4). No fui liberada de las garras mortales de la culpa por aquellos abortos hasta que me arrepentí y recibí el perdón pleno de Dios.

Cada vez que confiese algo, asegúrese de que es sincera y realmente no quiere volver a hacerlo. Y recuerde que Dios «conoce los más íntimos secretos» (Salmo 44.21). Estar arrepentido no significa necesariamente que nunca lo volverá a hacer, sino que usted no tiene la intención de hacerlo otra vez. Si vuelve a cometer el mismo pecado una y otra vez, necesita confesarlo cada vez. Si ha cometido un pecado que ya había confesado el día anterior, no deje que se interponga entre usted y Dios. Confiéselo de nuevo. Siempre y cuando esté arrepentido de verdad, será perdonado y finalmente liberado. La Biblia dice: «Por tanto, para que sean borrados sus pecados, arrepiéntanse y vuélvanse a Dios, a fin de que vengan tiempos de descanso de parte del Señor» (Hechos 3.19). El diablo le tiene atrapado cuando queda algún pecado sin confesar. Regresar al mismo pecado repetidas veces no es ninguna excusa para no confesarlo. Debe mantener su vida totalmente abierta delante del Señor si quiere ser liberado de la esclavitud del pecado.

Usted no puede ser liberado de algo que no ha sacado de su vida. Confesar es decir toda la verdad sobre su pecado. Renunciar es adoptar una posición firme en contra del pecado y quitarle su derecho a permanecer. Como no somos perfectos, la confesión y el arrepentimiento son continuos. Siempre hay nuevos niveles de la vida de Jesús que tienen que obrar en nosotros. Estamos privados de la gloria de Dios en maneras que ni podemos imaginarnos.

La oración de confesión sana su corazón
Cuando se echan cimientos, hay que excavar la tierra. El problema es que la mayoría de nosotros no vamos bastante profundo. Aunque usted no puede ver todos sus errores todo el tiempo, puede tener un corazón que quiera ser enseñado por el Señor. Pídale a Dios que saque a la luz pecados de los que no es consciente, para que pueda confesarlos, arrepentirse de ellos, y puedan ser perdonados. Reconozca que todos los días hay algo que confesar, y ore frecuentemente como lo hizo David: «Fíjate si voy por mal camino, y guíame por el camino eterno» (Salmo 139.24). «Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva la firmeza de mi espíritu» (Salmo 51.10). «Perdóname aquellos [errores] de los que no estoy consciente» (Salmo 19.12).

Hay ocasiones en las que creemos que no tenemos nada que confesar, si oramos por la revelación de Dios, él nos muestra una actitud de falta de arrepentimiento, como la crítica o la falta de perdón, que ha echado raíces en nuestro corazón. Si la confesamos, eso impide que tengamos que pagar su precio emocional, espiritual y físico. Además, esa confesión beneficiará nuestra vida social ya que las imperfecciones de nuestra personalidad, que nosotros no podemos ver, son a menudo evidentes para otras personas.
La confesión es realmente un estilo de vida. Si no andamos como Dios quiere, si hacemos algo en desobediencia a su voluntad, como chusmear, mentir, o hablarle de una manera degradante a alguien, tenemos que hacer borrón y cuenta nueva, y eso sólo viene mediante la confesión: Dios, vengo delante de ti, y te confieso mi actitud hacia mi jefe. Me arrepiento de esa actitud. Cada día quiero ser más como Cristo.

A veces cuando mi esposo, Michael, decía algo que me ofendía, yo reaccionaba diciéndole algo igualmente ofensivo. Eso sólo hacía que el conflicto se pusiera peor. Pronto aprendí que antes de pedirle perdón a Michael, tenía que pedirle perdón a Dios. Iba delante del Señor y le decía: «Señor, perdóname lo que dije. Sé que me comporté movida por la carne y no por el Espíritu». Vi que confesárselo al Señor me ayudó a dejar de comportarme así y a poder pedirle perdón a Michael con una mejor actitud. Piense en su propia vida. ¿Alguna vez pasó algo similar entre usted y otra persona? ¿Tiene una actitud que debe confesar? De ser así, no dude en hacerlo. Cuanto antes lo haga, mejor será.

Tomado del libro 7 Oraciones que cambiarán su Vida para siempre por Stormie Omartian
publicado por Grupo Nelson, Nashville,TN. www.gruponelson.com