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Cultura Financiera

Todo lo que se da debería darse con fe, gozo, modestia, temor y bondad. Estamos seguros de que una de las principales razones por las que Dios nos permitirá disfrutar de la prosperidad será para poder compartirla..

Tomemos como ejemplo a la comunidad judeocristiana que vivía en la ciudad de Corinto, Grecia, a principios del primer milenio. Su situación socioeconómica dentro del Imperio Romano tiene mucho paralelismo con la situación actual: la globalización.

San Pablo, que estaba en el proceso de levantar una ofrenda de amor para los pobres de Jerusalén, les enseñó: «Dios puede darles a ustedes con abundancia toda clase de bendiciones, para que tengan siempre todo lo necesario y además les sobre para ayudar en toda clase de buenas obras… Dios, que da la semilla que se siembra y el alimento que se come, les dará a ustedes todo lo necesario para su siembra, y la hará crecer, y hará que la generosidad de ustedes produzca una gran cosecha. Así tendrán ustedes toda clase de riquezas y podrán dar generosamente» (2 Corintios 9:8,10,11).

Dentro de las tradiciones judía, cristiana y de otras principales religiones se enfatiza la enseñanza de compartir con quienes tienen necesidad. Compartir con los demás es un Principio “P”. Es decir, uno de los principios fundamentales para el éxito económico. Este, en especial es muy importante para desarrollar una actitud correcta frente a la vida.

En otra carta, San Pablo le escribe a su discípulo Timoteo: «A los que tienen riquezas…, mándales que no sean orgullos ni pongan su esperanza en sus riquezas, porque las riquezas no son seguras. Antes bien, que pongan su esperanza en Dios, el cual nos da todas las cosas con abundancia, y para nuestro provecho. Mándales que hagan el bien, que sean ricos en buenas obras y que estén dispuestos a dar y compartir lo que tienen» (1 Timoteo 6:17-18).

Con base en eso, la tradición cristiana de occidente ha generado una innumerable cantidad de organizaciones de beneficencia. Por siglos nos han impactado a nivel social. Podríamos mencionar, entre otras, hospitales, escuelas, orfanatos, la Cruz Roja, el Ejército de Salvación, Visión Mundial y muchas más.

Sin importar cuál sea tu posición religiosa, debes aprender a compartir tus bendiciones con otros. Quien no lo hace “muere un poco como persona”, pierde parte de su lado humano. Fuimos diseñados para compartir lo poco o lo mucho que tengamos: las alegrías y las tristezas.

El egoísmo y la avaricia no le hacen bien al espíritu. Esa es una de las razones por las que el Mar Muerto (en Israel) está literalmente muerto. El mar se encuentra a 398 metros debajo del nivel del mar. El río Jordán entrega a este mar más de 6 millones de metros cúbicos de agua por día. Sin embargo, este tiene un problema: solamente recibe agua, nunca la da. El agua entonces se estanca y, con la evaporación que produce el sol del desierto, la concentración de sal aumenta.

La concentración normal de sal en el océano es de 2% a 3%, mientras que la concentración de sal en el Mar Muerto es de aproximadamente 25%. Además, contiene gran cantidad de magnesio y de calcio. ¡No hay vida que aguante ese potaje químico!

El Mar Muerto, con sus mil kilómetros cuadrados de superficie, es grande, rico en minerales, el mar más conocido del mundo. Sin embargo, perdió la vida. Está vacío en su interior. Esta experiencia nos enseña que el dar, luego de recibir, es un proceso vital necesario que permite mantener la frescura de nuestro corazón.

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